noviembre 22, 2024

Cristina Vargas Mx

El Portal de los Relatos

La Leyenda de la muñeca Lelé y María Mazahua

La cultura mexicana está enriquecida por sus tradiciones y artesanías, una de las más importantes es la muñeca de trapo que los pueblos originarios de México, diseñan desde hace muchos años, aunque ahora es un bello recuerdo para los viajeros, el verdadero propósito de estas hermosas y coloridas muñecas es darle a sus propios hijos un juguete. Desde Lele, que en otomí significa “bebé”, es originaria del municipio de Amealco, Querétaro, y fue nombrada Patrimonio Cultural del estado de Querétaro el 18 de abril de 2018.

Aunque se ha impuesto al mundo entero una muñeca de la cultura otomí, existe una muñeca de la zona vecina que ya forma parte de otro estado y que también tiene su propia cultura en sus zonas indígenas, el pueblo étnico Mazahua originario de Michoacán posee como parte de su artesanía una muñeca técnicamente idéntica a Lelé, pero si las observas correctamente tienen muchas diferencias. Su nombre es María «La Muñeca Mazahua», con el mismo motivo de elaboración que es otorgar a sus niños un juguete, y con la tradición dolorosa de incorporar sus muñecas o juguetes al ataúd de cualquier niño que desafortunadamente haya fallecido. La leyenda cuenta que el propósito es que sus almas vayan bien protegidos y cuidados por sus lindas y coloridas muñecas que fueron tejidas. por sus propias madres

Leyenda de María la muñeca mazahua
María la muñeca mazahua

María La Muñeca Mazahua

La muñeca de trapo conocida como «María» tiene su origen en Michoacán, México son elaboradas por un grupo étnico Mazahua, su elaboración data de más de 100 años, el semblante de la muñeca María puede variar en la redondez de su carita de trapo e incluso los ojos pueden no ser tan redondos, aunque el parecido con Lelé es extraordinario la elaboración de la muñeca María puede tener otro tipo de indumentaria, sin embargo básicamente la muñeca es elaborada a semejanza de las mujeres de orígen mazahua, elaboradas 100 por ciento a mano por artesanos michoacanos y del Estado de México.

Se dice que las mujeres indígenas mazahuas que migraban de su región eran llamadas despectivamente «Marías» perseguidas por camionetas de la policía por vender muñecas de manera informal en las calles de la ciudad, fué en 1972 en el gobierno de Luis Echeverría que se creó el «Centro Mazahua» con la intención de capacitarlas en la elaboración de muñecas textiles para tener un trabajo formal.

El trabajo digno de las culturas para la elaboración de las muñecas de trapo, ha trascendido por generaciones y se ha internacionalizado de forma impresionante, en algunas regiones reconocen a las muñecas «Marías» como la Barbie mexicana.

La Leyenda de la muñeca María Mazahua

Su nombre era María y vivía junto a su madre en un poblado incrustado entre los montes de la sierra huasteca; su casita era redonda, estaba hecha de adobe y su techo de palmas, zacate y juncos secos. Dentro tenían un par de petates, un telar, un fogón y mucho frío; no poseían gallinas ni puercos pero tras la barda de piedras y huizaches que rodeaba su pequeño hogar tenían una veredita que conducía al río.

La mamá de María cocinaba por las mañanas, lavaba por las tardes y tejía por las noches; sus manos estaban rajadas, al igual que sus pies pero su sonrisa no estaba rota y era tan brillante y dulce que rivalizaba con la luz de la propia luna; María y su madre tenían los cabellos del color de la noche, lacios y suaves como el hilo del telar y largos como las víboras limpia campos, cada que los rayos del sol atravesaban la niebla, ellas -como si fuese un ritual -los trenzaban fuertemente y los amarraban con sus listones de colores; cuando el gallo de Doña Gude cantaba se ponían prestar pa trabajar: que el nixtamal, que las tortillas, que el café y los frijoles; luego la canasta de ropa pa lavar y mientras la mujer blanqueaba los trapos en el río, la pequeña María guardaba los rebozos, las servilletas y los mantelitos que durante la noche tejía su madre entre el costal pa regresando se fuera a venderlos al mercado.

Cuando la noche caía y la mamá regresaba solo restaba cenar y tejer; mientras tejía, la madre cantaba y con su canto arrullaba a la pequeña María…

Hay no chocani, chocani chocani yen yalla iban naxca

A pesar del cansancio y el trabajo diario de ambas, María y su madre tenían un día de fiesta , justo cuando venia a verlas el papá de la pequeña niña: la noche en que los difuntos regresan.

El papá de María había muerto tres años atrás mientras cargaba de leña a su mula; había llovido muy duro esa temporada y la mitad de un cerro se les vino encima; esa mañana lluviosa y fría, tanto María como su mamá se quedaron solas. Y aunque los hombres del pueblo buscaron durante días enteros el cuerpo del buen hombre y su mula, jamás pudieron hallarlos; María dijo que no importaba, de todos modos su papito estaba en la tierra y su tumba era tan grande que sin duda estaría cómodo en ella.

La madre de María enterraba una bolsa de cuero debajo de su petate, misma que llenaba poquito a poquito durante el resto del año para comprar lo necesario para la ofrenda de su marido. María trabajaba duro junto a ella pa que su papá no pasara hambre ni sed la noche en que regresaba con ellas; no pedía ni ropa, ni huaraches, ni los juguetes que tenían los ricos del pueblo.

Conforme la fecha se acercaba, la madre de María regresaba del mercado con algo para el altar: velas, jarros o platos de barro que ponían sobre un huacal o macetas con flores de cempasúchil que la pequeña regaba sin falta cada mañana después de salir de la cama.

Una tarde mientras la madre bajaba hacia el mercado pa entregar sus encargos, María salió de su casa pues escuchó ruidos extraños; primero pensó que eran truenos pero no eran tan grandes, luego pensó que eran cohetes pero sonaban más fuerte. Mientras María caminaba por la veredita sintió que algo le golpeo el pecho, estaba segura de que había sido una piedra pero dolía más; la pequeña cayó a la tierra mientras su cuerpecito ardía. María no sabía que le había golpeado pero si sabia que dejaría solita a su mamá y con este pensamiento en la cabeza, la pequeña se quedó mirando tristemente hacia los montes hasta que algo llamó su atención:

Alguien venía sobre el camino que daba al mercado y ese alguien era su papá. Traía puesto su sombrero de paja y su jorongo de lana; venía montado en Chuchita – la vieja mula-

Su papito la llamó con la mano mientras le sonreía; María creía que no se podía mover pero al ver a su papá dejó de sentir dolor, se levantó y corrió hasta él. Después de abrazarse, su papá la montó en Chuchita para llevarla por un camino que ella no conocía.

Nadie supo decirle a la mamá de María quién disparó sobre la niña y aunque lo hubieran sabido ella no entraba en razón abrazando el cuerpo de su pequeñita, y es que el dolor era comprensible ya que la mujer no sabía lo feliz que María estaba ahora.

Después del velorio y el entierro la mamá de María se encerró en su casa. Sacó de los costales la manta, los listones, los hilos y comenzó a tejer. No comió, ni tomó agua durante noches enteras y no durmió hasta no terminar lo que había comenzado el día que la pequeña María murió.

La triste mujer tejió una muñeca vestida y peinada como su María para no sentirse sola; bordó sus cabellos con estambre y los trenzó con listones, le hizo un vestido de fiesta, le bordó ojos negros y una sonrisa grande. Cuando la mamá de María vio la muñequita terminada la abrazó entre su pecho y dejó de llorar hasta quedar vencida por el sueño.

Lo que la madre ignoraba es que ya era noche de muertos y los muertos regresaron de vuelta; María y su papá llegaron a la casita de adobe, entraron por la puerta y encontraron a la mujer recostada en el petate con la muñeca entre las manos. Esta vez no comerían ni tomarían nada pero se llevarían a alguien con ellos.

Mientras la mamá de María dormía su corazón se rompió – menos mal que allí estaba su hija-

La pequeña María besó en la frente a su madre y cuando esta despertó no daba crédito a lo que veía. Su familia estaba nuevamente reunida. La mujer besó a su esposo y abrazó con fuerza a su pequeña para después alejarse con rumbo desconocido sobre la vereda.

A la mañana siguiente las mujeres del pueblo fueron a buscar a la pobre mujer para darle consuelo, pero no encontraron mas que una conmovedora escena:

La madre estaba acostada en su petate, con una sonrisa de luna en el rostro abrazando a una muñeca que era idéntica a María.

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